Es indudable que hay ciertas personas que poseen una fotogenia especial, es decir, que siempre quedan bien ante la cámara; otras, sin embargo, parece que asustan al objetivo y pocas veces salen bien en las fotos...
La fotogenia es precisamente lo que fascina a la protagonista de la historia (recordar que, de hecho, es una de las cualidades que utilicé para retratar a los personajes), y que le llevará a idear un proyecto particular para poder captar lo que las personas son capaces de transmitir a la cámara; ella será una simple intérprete, el ojo que visualice esa fotogenia, el que encuadre y decida darle al botón. La cámara hará el resto.
Sabía que muy poca gente, por no decir nadie, podía sentir lo que ella sentía como si vieran a través de sus ojos. Tenía una relación muy estrecha con su cámara, a veces como si fueran una, y aquellas fotografías “especiales” que se guardaba para sí eran como su secreto común, su tesoro común, entre la máquina y ella. En esas instantáneas extraía parte del alma de lo que fotografiaba y lo guardaba para poder contemplarlo y sentirlo siempre que quisiera.
Creo que esta búsqueda del alma reflejada en una instantánea obsesiona demasiado al personaje, hasta tal punto que hay momentos en los que parece guiarle hacia un extraño camino, lo cual irá conformando la historia. Así, va desechando a aquellas personas que parecen ser invisibles para el objetivo, y comienza a sentirse fascinada por quienes enamoran de un modo u otro a su cámara como si ésta tuviera vida propia.
Quería haber planteado en alguna parte de la novela esa creencia que tienen algunas tribus indígenas sobre que las cámaras consiguen robar el alma de la gente, pero no encontré mucha información al respecto y no pude profundizar demasiado en el tema. Sin embargo, la protagonista llega a plantearse si podría ser verdad.
¿Vosotros qué creéis? ¿Se podría extraer el alma de una persona a través de su fotogenia y guardarlo en un trozo de papel o en un archivo? ¿Es ese, acaso, el misterio de lxs grandes fotógrafxs?